Allá a lo lejos, en la colina del pueblo se puede divisar la mansión de los McQuoid, es de esos caserones antiguos, construidos a principios del siglo XV. Dos generaciones han vivido dentro de esas paredes de piedra y muros altos, engordando su fortuna. Ahora es el turno de John McQuoid III su esposa y tres hijos. Comparten el impresionante palacete, cada uno tiene un ala de la casa y juntos trabajan en la empresa familiar.
Allá a lo lejos, en la colina del pueblo se puede divisar la mansión de los McQuoid, es de esos caserones antiguos, construidos a principios del siglo XV. Dos generaciones han vivido dentro de esas paredes de piedra y muros altos, engordando su fortuna. Ahora es el turno de John McQuoid III su esposa y tres hijos. Comparten el impresionante palacete, cada uno tiene un ala de la casa y juntos trabajan en la empresa familiar.
Un día como cualquier otro en este pequeño poblado inglés, una carroza tirada por dos caballos negros sube rauda por el camino de la colina que lleva hasta la imponente mansión. El conductor ataviado con una capa negra y un sombrero de copa, desciende del vehículo y con lentos pasos se dirige hasta la puerta de la mansión donde deja una sencilla caja de madera. Antes que el mayordomo reciba al visitante, el peculiar personaje ha emprendido su camino de regreso. Los McQuoid intrigados, abren la sencilla envoltura y sus ojos no dan crédito a lo que ven: tres huevos de oro decorados con el escudo de armas de la familia.
Repentinamente los pensamientos de los tres hijos se van tornando turbulentos, no dejan de pensar en el tesoro, que el padre ha guardado. Somos cuatro y tres lingotes, piensan los vástagos constantemente. El otro, aquel que hasta hace pocos días era un hermano, ahora es un enemigo. Mientras el padre no ha salido de su habitación desde que aquel dorado presente llegó a la mansión.
Cada miembro del clan siente instintos animales, se comportan huraños, tienen deseo y necesidad por el oro; sin miramientos entran en la habitación del padre.
El patriarca se ha convertido en una especie de ave que simula empollar aquellos huevos dorados. Pero eso no importa ya, porque los hijos también han cambiando. El primero tiene enormes dientes y su cara se ha transformando en una serpiente, el segundo en vez de manos tiene garras y en el lugar donde debería estar la boca, ahora se ve un hocico de zorro, el tercero es una especie de ave de rapiña.
Los tres saltan sobre el padre que intenta defender los huevos de oro, pero la fuerza y la violencia del ataque es demasiada para el viejo, chorros de sangre caen por las diversas heridas, dientes y garras lo siguen atacando hasta dejarlo muerto sobre los huevos.
Ahora la batalla empieza entre las tres bestias, que antes fueron hermanos; su metamorfosis está casi terminada, ahora son más bestias que humanos, el ataque es sin tregua, su deseo ya no es por el oro sino por engullir esos huevos, usando todas sus fuerzas van hiriendo al hermano, matando a la bestia que ven en el otro. Garras, veneno y dientes usan estos tres para herir al oponente. Caen muertos destruidos entre si, ninguno come el huevo.
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Me ha encantado leer este relato! Me ha venido a la mente el anillo tan atrayente de la saga el Señor de los anillos.. que los transformaba en seres obsesionados por su tesoro.
ResponderEliminarUn gusto leerte Alex!
Saludos
Buena historia,saludos
ResponderEliminarBuena historia saludos.
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