Valentina debe cada día caminar por un túnel lleno de estatuas para llegar a la facultad. Dos veces al día transita acompañada por esa hilera de seres irreales, representaciones de otros tiempos, imágenes ficticias de leyendas olvidadas. Treinta estatuas acompañan su andar, quince a cada lado.
Valentina debe cada día caminar por un túnel lleno de estatuas para llegar a la facultad. Dos veces al día transita acompañada por esa hilera de seres irreales, representaciones de otros tiempos, imágenes ficticias de leyendas olvidadas. Treinta estatuas acompañan su andar, quince a cada lado.
Desde que empezó a circular por ese bosque sintió la protección de esos seres de piedra; absurda suposición, esas criaturas jamás podrían ayudarla si algo llegara a pasarla. Nunca serían capaces de consolarla si estuviera triste o aplaudirla si algo resultare bien. Pero eso a ella no le importaba, cada día se alegraba de verlas. Son como amigos silentes, respondía cuando la gente le increpaba si esas enormes figuras no la asustaban.
Las estatuas conformaban un conjunto singular. No tenían un estilo único. Desde gárgolas hasta ángeles; bestias mitológicas y una bella dama envuelta en los brazos de su amor. No se conocía a ciencia cierta cómo había ido a parar ahí y lo que más desconcertaba eran sus desproporcionadas formas, el ángel que blandía una espada llegaba a los dos metros.
Una noche, Valentina recorría el camino de las estatuas. No daba crédito a lo que veía. El ángel estrellaba su sólida espada en contra de la escultura de un joven pintor. La doncella se estremecía en los brazos de su amado, mientras el gigantesco minotauro estrellaba su brutal furia en contra del angel. La guerra de las estatuas empezó, Valentina no entendía nada e intentó correr, pero un sátiro le impidió el paso.
Los trozos de piedra arrancados volaban por el parque. Las estatuas se mataban unas a otras, dos no resistieron la contienda y sus pedazos descansaban. Por un momento la batalla se detuvo y una vez la joven intentó huir de esa inexplicable situación, pero el sátiro y un flautista se lo impidieron. Sorprendentemente las esculturas empezaron a ayudarse entre sí, mientras levantaban los trozos de piedra del suelo; con el que empezaron a armar un molde sobre la tersa piel de Valentina, que se iba transformando en un cuerpo gris y duro. La tarea de transformarla en estatua fue lenta, pero debía terminarse antes del amanecer para que todos regresen a su sueño eterno.
Los rayos de sol empiezan a salir, Valentina lo ve con el rabillo del único ojo que aún no ha sido tapado; con su última lágrima se despide de su vida, para empezar a formar parte de la hilera de estatuas, que mañana serán las compañeras silentes de alguien más.
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