Esa noche estábamos en nuestro cuarto mis hermanos, Martín, Josué, Brandon y yo. Mi hermano Josué el más chico de 7 años, jugaba con una pelota de plástico pequeña, la cual rebotaba sobre una pared mientras me divertía en la computadora con mi hermano Martín. Esa noche no había nadie en la casa, mis padres habían salido desde la tarde y todo yacía tranquilo.
Esa noche estábamos en nuestro cuarto mis hermanos, Martín, Josué, Brandon y yo. Mi hermano Josué el más chico de 7 años, jugaba con una pelota de plástico pequeña, la cual rebotaba sobre una pared mientras me divertía en la computadora con mi hermano Martín. Esa noche no había nadie en la casa, mis padres habían salido desde la tarde y todo yacía tranquilo.
En lo que nosotros estábamos jugando, Josué seguía rebotando su pelotita causándome por momentos molestia al escuchar esos sonidos, en un rebote violento la misma se metió bajo la cama y yo le grité a Josué:
—¡Qué no ves que estamos tratando de jugar, ya basta!— exclamé mientras regresaba a la pantalla del ordenador con enojo.
Josué sin darle importancia a lo que le decía, fue bajo la cama para recoger su juguete; pasó un rato y Josué no hacía ruido, el tiempo se nos había ido divirtiéndonos hasta ya muy tarde. Entonces detuve a mi hermano Martín para preguntarle si lo había visto y él respondió negativamente. Después de un “piedra, papel y tijeras” a Martín le tocó ir a buscar a Josué y al instante salió del cuarto a investigar en la cocina, que es donde siempre solía estar.
Yo, cansado me alejé de la pantalla para cerrar mis ojos un poco y reposar, acto seguido bajé mis pies los cuales tocaron el piso; luego sentí que la cama saltó, al principio no hice caso, medité que tal vez me había mareado, segundos después sentí que una mano tomaba mi tobillo, abrí mis ojos asustado y pensé que quizás Josué seguía debajo de la cama. Me paré y vociferé:
—¡Josué ya salte de la cama, nos iremos a dormir!— Nadie respondió al llamado.
Me fijé en ese lúgubre lugar bajo la cama y en medio de la tenebrosa oscuridad divisé unas manos que parecían esqueléticas, con dedos huesudos y que solamente llegaban hasta el codo, fue entonces y de inmediato que supe que no era mi hermano, entonces con la voz entrecortada pregunté:
—¿Q.. qu... quién está bajo la cama?— Al instante me respondieron:
—¡Qué no vez que estamos tratando de jugar, ya basta!— luego unas risas tenebrosas salieron del fondo de la cama junto con la pelota de mi hermano.
Salí corriendo de mi habitación, helado, totalmente aterrado mientras buscaba a mis dos hermanos; al fin encontré a Martín y me explicó que Josué se había ido a dormir con nuestros padres al llegar a casa, y de aquello habían pasado ya algunas horas.
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