Se acercaban las doce de la noche del 31 de diciembre, en casa de los Santos todo era normal, la mesa estaba dispuesta para que todos los parientes se sienten y disfruten de los manjares para despedir el año que está por acabarse. Para luego acercarse en un abrazo fraterno y desearse lo mejor para el año que empieza.
Se acercaban las doce de la noche del 31 de diciembre, en casa de los Santos todo era normal, la mesa estaba dispuesta para que todos los parientes se sienten y disfruten de los manjares para despedir el año que está por acabarse. Para luego acercarse en un abrazo fraterno y desearse lo mejor para el año que empieza.
Manuel, el patriarca de la familia, no aparece por ningún lado, el antiguo reloj marca ya las 23:50, todos se preparan para abrazarse, los cuatro hijos del acaudalado hombre lo buscan y llaman a gritos por la casa, hasta que desde el jardín se escuchan unos gritos de horror, son Mario y Pedro los dos hijos mayores que han encontrado al padre colgado de un árbol. Sin dejar pasar un momento más todos intentan bajarlo de aquel lugar y revivirlo, pero era tarde había fallecido. Las pompas fúnebres fueron desoladoras, sus cuatro hijos y su esposa no entendían porque aquel hombre bueno y normalmente feliz había acabado con su vida de esa forma.
El tiempo fue pasando, y con el también fue disminuyendo el dolor, hasta que un día una mujer desagradable, con aliento a muerte llegó hasta la puerta de la casa de los Santos, llevaba con ella papeles y flores secas, cuando Pedro abrió la puerta aquel esperpento le lanzó en la cara viejas cartas, mientras gritaba -Manuel murió porque se atrevió a desafiarme, ahora todos están malditos y con muertes atroces irán cayendo- y sin más desapareció.
Y así fue como empezó el calvario de esta familia, que ningún daño había hecho, cada año cerca de la medianoche del 31 de diciembre algún pariente aparecía muerto en algún lugar de la casa y si no se reunían el primero de enero recibían una llamada en la que se anunciaba que algún primo había sido encontrado muerto.
En todos era la misma historia, un fétido olor salía de sus cuerpos, como a podredumbre, a pesar que solo llevaban unos minutos muertos. Iban cayendo uno a uno hasta que un buen día no quedó nadie vivo y la mujer caminó tranquila por los pasillos de la casa regocijada con su obra.
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