Cuando el escritor no tiene ideas para escribir, ¿qué puede suceder?. Un interesante cuento que mezcla ficción, misterio y frases encantadoras. Es hora de relajarse un instante y embarcarse en ésta fantástica historia.
Cuando el escritor no tiene ideas para escribir, ¿qué puede suceder?. Un muy interesante cuento que mezcla ficción, misterio y frases encantadoras. Es hora de relajarse un instante y embarcarse en ésta fantástica historia, que a mí me ha fascinado y por tanto recomiendo, sé que a ustedes también gustará. Alex
Por Agustina Colandrea
“¿Y qué pasa ahora?”, pensó el pobre escritor mientras la última vela se iba consumiendo lentamente dejando la habitación en un total anaranjado ambarino bastante inquietante. Le quedaba ya poca iluminación y nada de inspiración porque tanto el paquete de velas como sus ideas bocetadas se le habían ido terminando a lo largo de la noche. El escritor observaba con desesperanza la pila de hojas amarillentas y vacías que yacían delante de él, mientras la vela oscilaba peligrosamente porque no se decidía si seguir ardiendo o dejarlo a oscuras porque total, ¿qué importaba ya tener iluminada la habitación si el escritor no tenía iluminada la cabeza?. Así estaba él, con los brazos caídos a los costados, la mirada perdida en una noche quieta y silenciosa porque ni los grillos cantaban allá afuera. “¿Acaso ellos también se han cansado de esperar a que tenga una buena idea, una chispa de ingenio que me permita dejar una obra póstuma?” pensó en un suspiro entrecortado.
El reloj cuadrado de un rojo desvaído era lo único que en la casucha se dejaba escuchar. Era el único instrumento que no se apagaba ni dejaba de cumplir estrictamente su función pues seguía marcando, con monótono compás, firmemente el paso del tiempo. “¡Oh, tiempo cruel que nunca te detienes! ¿Por qué sí dejas que mi inspiración se apague y mi vela se consuma mientras tú sigues corriendo, corriendo, corriendo…?” pensó con sofocante desesperación el escritor, mientras miraba hacia el cuadrante maldecido.
¿De qué sirve un escritor sin obra? ¿Escritor sin obra, es escritor? Tiempo sin reloj pasa lo mismo, tiempo sin reloj se siente igual porque el tiempo es la sensación misma de temporalidad y existe en sí mismo, pero escritor sin obra es un gran fantoche, un fracaso literario, un pobre diablo que juega a pertenecer, a jugar al snob.
Ya van a dar las doce de la noche y el tiempo del escritor se acababa, pues era la noche del ultimátum.
Ya sabe que si no escribe una obra terminada no se podrá llamar a sí mismo escritor ni será considerado como tal por otros cuando muera. “¿Por qué justamente hoy se ha tenido que cortar la electricidad? ¡Oh, destino cruel que sabe que debe castigarme por haber perdido mi tiempo en bocetos, líneas e ideas inconclusas que jamás decidí finalizar!” se le llenaban así de lágrimas los ojos cansados.
Sonaron las doce de la noche para anunciar el gran final, ya todo estaba perdido. Allí se empezaba a delinear una sombra en el rellano de la puerta desvencijada cuyos goznes chirriaron cuando la presencia la abrió con parsimonia, con una elegancia fría. Tal cual se lo había advertido amablemente: a las doce en punto iba a venir por él luego de que escribiera una historia, acabada, para que pudiera al fin sentirse un verdadero escritor de profesión. Se lo había advertido quizás porque le enternecía llevarse una vida joven sin haberle permitido cumplir una meta tan simple pero tan compleja a la vez.
El escritor sintió que una mano huesuda le tomaba el hombro caído y desesperanzado. Ya todo era en vano, nada se le había ocurrido para su única y última obra que pudiera permitirle morir cumpliendo como escritor.
“Escriba, escriba. Yo lo espero” lo alentó dándole golpecitos de ánimo en la espalda encorvada y dolorida.
“No puedo…” balbuceó lleno de miedo y respeto ante la presencia encapuchada: “No puedo hacerlo, no hay remedio, jamás seré escritor”.
“Claro que sí” lo quiso tranquilizar la calaquita amablemente “por esa razón es que vine antes a avisarle que vendría esta noche por usted, para que escriba, para que termine sus ideas y las plasme en el papel. Yo lo espero un poco más si quiere, aquí sentada” apuntó con un dedo blanco una silla haciendo crujir sus carpianos.
“No, no entiende, no puedo escribir más, no tengo una sola buena idea” lloriqueó al borde de un ataque de nervios el escritor “parece que todas mis ideas se han ido apagando como mis velas. Ya no tengo ni luz ni inspiración. He de morirme sin haber escrito nada.”
“Pero…¿Cómo?” alzó la voz un tanto alterada La Muerte, perdiendo un poco esa compostura entre amable y elegante que había estado manteniendo desde que llegó a la cita estipulada. “Para eso mismo le he avisado, tonto. Deje ya de pensar en la perfección de las palabras y escriba uno de sus cuentos de terror y desesperación, sumérjase en sus propias ideas de misterio y suspenso sin temerle a lo que de ese viaje subconsciente pueda surgir. Yo no le he avisado solamente para que muera dejando una obra terminada y sea considerado un escritor, sino también al mismo tiempo le he proporcionado el indicio de la mejor idea para un escrito que jamás hubiera tenido de no ser porque está al filo de la vida, ¿Me comprende?” sonrió la esquelética con sus dientes brillantes, maxilares que sonríen siempre.
La vela se apagó y un humo comenzó a ascender hacia los ojos del escritor como un incienso sagrado y místico. La Muerte pudo ver de qué manera pasó una chispa de entendimiento por la mirada del escritor, cuyos ojos brillaron de sagacidad en el medio de la oscuridad. Al instante tomó el lápiz y comenzó a escribir como poseído, sin ver nada y con un ahínco maníaco.
Al comienzo de la hoja se veía el empezar de la historia, su primera obra terminada, la que sería su obra final que lo consagraría como el escritor que muere dejando testigo de su propia muerte. Moriría relatando cómo se consagró escritor; se consagraría escritor muriendo por su mismo relato. Así, la primera línea de su cuento constaba de una simple pregunta, una pregunta que él mismo había pensado como su protagonista dentro y fuera: “¿Y qué pasa ahora?”.
La Muerte leyó la primera línea y procedió a asentir lentamente, complacida, pues eso demostraba que el escritor había comprendido por fin. Se sentó en la silla y esperó a que el muchachito pusiera fin a su obra para poder ponerse fin a él también, dentro y fuera, pues ahora obra y escritor eran un todo único: la obra que es su propia historia de profesión lo hace a él ser escritor y la obra existe porque él la escribe, en vida y tinta.
Aquí termina la historia, así que ella se levanta y me mira con esas cuencas vacías pero amables. Ya podemos irnos los dos, la encapuchada y yo, el escritor.
Agustina♥
Email: coquettemannequin@hotmail.com
Twitter: @sgtpeperina
Muy buena historia, Alex.
ResponderEliminarMis saludos para la escritora.
PD. Yo sí creo que hay escritores sin obra.
Gracias Enrique, saludos para ti también. :)
EliminarGracias!! Me hace muy feliz que te haya gustado, soy muy meticulosa con mis cuentos y hace muchísimo que lo vengo puliendo a éste. Claro que hay escritores sin obra, el concepto lo trabajan muchos críticos literarios y estudiosos de la comunicación. Es interesantísimo.
EliminarSin mas palabras que: excelente!
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