En la ladera de un volcán en Islandia está asentada una aldea, sus habitantes viven de las rocas que extraen del enorme coloso, en ocasiones tienen más suerte y logran sacar unos cuantos diamantes que se venden a buen precio en la ciudad, con lo que pueden abastecerse para las largas temporadas en las no salen de su recinto.
En la ladera de un volcán en Islandia está asentada una aldea, sus habitantes viven de las rocas que extraen del enorme coloso, en ocasiones tienen más suerte y logran sacar unos cuantos diamantes que se venden a buen precio en la ciudad, con lo que pueden abastecerse para las largas temporadas en las que no salen de su recinto.
Son seres a los que no les gusta relacionarse demasiado con personas extrañas, siempre llevan sus rostros cubiertos y solo pocos hombres salen a comercializar lo que recolectan y a traer provisiones. Gente extraña, piensan en la ciudad, cuando los ven llegar en sus carretas tiradas por caballos.
Hace pocos días que llegué a la aldea, fue solo una coincidencia, mi objetivo era ir a hacer unas mediciones de la estabilidad del volcán, pero tuve un lamentable accidente y una amable señora con el rostro cubierto me rescató y me llevó hasta su casa. Al despertar, una especie de curandera estaba en la cabecera de la cama en la que reposaba, susurraba en mi oído frases en un idioma que jamás había escuchado, mientras con sus suaves manos tocaba mi rostro.
A los dos días me sentí mejor y por fin pude levantarme de la cama, sabía que debía pagar por los cuidados que me habían dado y salir de allí. La aldea no es muy grande, pero tampoco pequeña, la gente es amable, pero algo huraña y poco comunicativa y sus vestimentas están cubiertas de tierra. Cuando los pobladores vieron que había despertado y que estaba caminando por sus calles huyeron como si fuera un fantasma, los que no corrieron se taparon inmediatamente el rostro para ocultarse.
Seguí caminando para encontrar a la mujer que me había rescatado, la vi a lo lejos, estaba entrando a un río de lava; con un grito intenté detenerla y cuando se volteó la lava fue lo que menos me importó, su rostro, ¿dónde estaba su rostro? en el lugar de la cara no había nada, no tenía ojos, no tenía nariz, no tenía boca, no había nada.
Corrí intentando huir de ese engendro, su amabilidad ya no me importaba, solo pensaba ¿cómo un ser humano puede vivir sin rostro? ¿cómo me había hablado? esas y otros preguntas era lo que pasaban por mi cabeza, que en mi concentración por salir lo antes posible de ese lugar no me percaté de esos que impedían mi paso. Me estrellé de frente contra dos hombres enormes que tampoco tenían rostro, me levantaron con facilidad y me llevaron a la plaza del pueblo. Ahí me esperaba la curandera y la joven que me había ayudado, también mujeres y niños, ancianos y hombres, toda la aldea estaba en la plaza.
Me instalaron en una cómoda silla, la curandera se acercó y moviendo esas membranas de piel y tendones en el lugar en donde debería estar la boca, empezó a recitar unas cantos en el mismo idioma extraño que había utilizado mientras me cuidaba y una vez más frotaba sus manos en mi cara, luego de horas o tal vez minutos paró. Yo me sentía extraño, era como que podía ver pero realmente no veía, quise gritar y mi boca no se abrío, era como si tuviera una especie de tela cubriendo mi cara. Desesperado palpé mi rostro y no había nada no tenía nariz, ni ojos, ni boca.
Corrí para huir, no se cómo, ni con qué fuerzas llegué a la ciudad y me interné en el psiquiátrico, pedí que saquen el espejo de mi cuarto porque no resisto que mi cara sea solo un amasijo de piel que cubre los músculos, tendones y huesos. El médico me dice que mi cara es normal, que él puede ver mis ojos azules, pero sé que miente porque ahora el reflejo de la ventana me muestra otra cosa, me muestra la nada en mi cara, piel y solo piel.
a veces perdemos la identidad en favor de la uniformidad ...
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