Para cualquier viajero que recorra el continente australiano resulta imperdonable no visitar un lugar de gran interés geológico y cultural, que alberga sorprendentes enigmas y ha sido considerado sagrado por los aborígenes desde el principio de los tiempos: nos referimos a Uluru, o la peña de Ayers Rock, su nombre occidental.
Para cualquier viajero que recorra el continente australiano resulta imperdonable no visitar un lugar de gran interés geológico y cultural, que alberga sorprendentes enigmas y ha sido considerado sagrado por los aborígenes desde el principio de los tiempos: nos referimos a Uluru, o la peña de Ayers Rock, su nombre occidental.
Ubicada en el medio de Australia, no es más que una formación rocosa que sobrepasa los 300 metros de altura, con una base que alcanza la longitud de 9 metros. Y, aunque se le tiene como uno de los mayores monolitos del mundo, no es precisamente su tamaño el rasgo que la distingue.
Uluru atrae la atención de los seres humanos porque, como ningún otro sitio en el mundo, el aspecto de esta gran peña cambia de una manera ―nos atreveríamos a decir― mágica, fascinando e intrigando a la vez a todo el que la visita. Y estas transformaciones no solo dependen de la hora del día de que se trate, sino además de la distancia a la cual nos ubiquemos.
En realidad, el cambio de tonos e intensidades tiene su causa en un efecto óptico que se produce por la inclinación de los rayos solares, así como ante la reverberación del sol cuando se refleja en el desierto. En tiempos de lluvia, la peña adopta colores plateados atravesados por el negro de las grietas.
Dicen los aborígenes que este lugar es el ombligo del mundo y que a su alrededor se encuentra el sendero humano más antiguo que pueda existir, el cual fue recorrido hace decenas de miles de años por los primeros hombres. Para este pueblo ancestral la roca es sagrada, tal como lo es una catedral, y no debe ser escalada. Su hermosura puede ser apreciada solamente mirándola, oyéndola y sintiéndola.
En cualquier caso, la sensación de estar presenciando un fenómeno proveniente de otra realidad es innegable, y sin duda rodear a pie la base de este monolito rojo que, como ser viviente, cambia permanentemente su semblante, constituye una experiencia única a atesorar.
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Es una pena que no la dejen escalar, debe tener unas vistas fantásticas al llegar a la cima...
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