Las cinco amigas habían decidido pasar dos días juntas, un fin de semana diferente. A todas les encantaban las historias de miedo y por eso se habían animado a alquilar aquella casa rural en el centro de un pueblecito medio abandonado. Aquella localidad tuvo gran relevancia en otras épocas lejanas, pues estaba situada en las inmediaciones de un castillo medieval, centro neurálgico de poder en los tiempos de la aristocracia feudal.
Las cinco amigas habían decidido pasar dos días juntas, un fin de semana diferente. A todas les encantaban las historias de miedo y por eso se habían animado a alquilar aquella casa rural en el centro de un pueblecito medio abandonado. Aquella localidad tuvo gran relevancia en otras épocas lejanas, pues estaba situada en las inmediaciones de un castillo medieval, centro neurálgico de poder en los tiempos de la aristocracia feudal.
Alguien les comentó que aquel viejo caserón destacaba de entre todas las construcciones y que su aspecto se asemejaba más al de un castillo encantado que al de una casa rural. Al parecer, la dueña de la casa era lo más parecido a una ama de llaves de las películas de terror. Estos argumentos les parecieron inmejorables, y el decorado, muy adecuado para vivir un fin de semana terrorífico.
Las cinco amigas quedaron gratamente sorprendidas cuando conocieron la lúgubre vivienda y a su enigmática custodia. Realmente la inquietud se respiraba en cada rincón, y aunque buscaban emociones fuertes, por alguna causa desconocida procuraron no separarse las unas de las otras.
Deshicieron juntas las maletas, iban al baño de dos en dos, cenaron pegadas y también en grupo se sentaron frente a la chimenea encendida para tomar un té y calentarse un poco en aquella noche especialmente gélida. Mientras charlaban animadas se apagaron las luces de la casa. La luz de las llamas proyectaba extrañas y caprichosas formas en las paredes y en el techo... De repente la puerta chirrió con un sonido penetrante y se abrió de golpe. Seguidamente entró la dueña. Su cara se deformaba por las sombras que salpicaban su rostro causadas por un candelabro oxidado que sujetaba entre sus manos huesudas.
Ninguna de las cinco pudo evitar un grito agónico y entrecortado que les provocó la inesperada aparición.
—¡Por favor, chicas, no se asusten! —susurró la extraña mujer con la intención de tranquilizarlas—.
¡No ha sido más que un apagón! En este pueblo sucede a menudo. Por cierto...
¿Todo es de su agrado? Las jóvenes se acurrucaron unas contra otras limitándose a
asentir.
—Ya que están todas juntas... ¿Qué les parece si les cuento una leyenda? ¿Les gustan las historias de miedo?
Se miraron entre sí, y una actuó de portavoz del grupo: —No estaría mal. ¿Se sabe alguna?
—¿Alguna? —contestó la dueña dejando escapar una sonrisa irónica—. Claro que sí. Conozco... ¡La Historia! —exclamó enfatizando estas últimas palabras. Una ráfaga de viento avivó el fuego y la sala se iluminó de súbito.
—Les he dicho que se trata de «La Historia» porque transcurrió aquí, en el interior de esta humilde casa. Entre estas paredes vivía una joven de lo más agraciada, lo tenía todo: guapa, alta, de figura delicada... ¡Qué curioso! ¡Tendría más o menos su edad! En cierta ocasión fue invitada a un baile que celebraba el hijo de una de las familias más pudientes de la zona. Al parecer, el joven se había fijado en la muchacha y tras localizar su dirección decidió mandarle una invitación para la fiesta.
¡Imaginen qué contenta se puso aquella joven! Sería su oportunidad de conocer un mundo muy diferente al suyo y hasta ¿quién sabe?, tal vez podría enamorar a aquel muchacho y llegar a convertirse en su mujer. Entre sueño y sueño, la joven se percató enseguida de un detalle: carecía de un vestido apropiado que lucir aquella noche y tampoco tenía dinero para derrocharlo de esa forma.
Una de sus amigas, al verla tan triste le dijo: «¿Y por qué en vez de comprar un traje de baile, no lo alquilas? Seguro que es mucho más barato». La joven se acercó hasta la modista del pueblo y por una cifra razonable consiguió para la fiesta un precioso modelo, digno de una princesa, y que además se ajustaba a su cuerpo como un guante. Estaba realmente guapa y distinguida y fue la sensación de aquella velada. No paró de seguir el compás de la música en toda la noche mientras los pretendientes hacían cola y se la disputaban.
Ella estaba radiante y pensaba que su suerte iba a cambiar. Exhausta por el baile, comenzó a marearse, se acercó hasta una ventana intentando que el aire fresco la reanimara. ¡No funcionó! Cada minuto que transcurría iba encontrándose peor. Reuniendo las escasas fuerzas que le quedaban, regresó a su hogar, o sea, esta casa, y se tumbó en el sofá, justo en ése en el que ahora están ustedes sentadas. (Una de las amigas dio un respingo instintivamente. Otra se levantó para sentarse en el suelo y poder escuchar la historia, más de cerca sin perderse detalle.)
—Como les decía, la muchacha se encontraba realmente mal; su madre, alarmada, le colocó paños fríos en la frente para intentar calmar aquel desasosiego. La chica, entre sudores, no dejaba de gritar que una mujer se le aparecía gritándola: ¡Devuélveme el vestido!, ¡devuélveme el vestido!... ¡Pertenece a los muertos! La madre estaba cada vez más angustiada escuchando a su hija, viendo cómo sus ojos iban perdiendo vida, cómo se consumía lentamente. A las pocas horas la joven falleció ahí mismo, en el sofá.
Con gran consternación y extrañeza, el forense que realizó la autopsia del cadáver descubrió que la muchacha había muerto envenenada ¡con productos de embalsamar! Al parecer, restos del citado líquido depositados en el vestido habrían penetrado a través de los poros de su piel a medida que su cuerpo iba calentándose por el baile. La policía inició las investigaciones pertinentes y se presentó en la casa de la modista.
La dueña se vio obligada a declarar que un enterrador se lo había vendido a su ayudante. Sin duda, debía de haberlo robado del cuerpo sin vida de una joven justo antes de que cerraran definitivamente el féretro.
Inesperadamente retornó la luz a la estancia. Las amigas gritaron de nuevo, lo estaban pasando realmente mal.
—¡Vaya, chicas, tranquilas! ¡Que ya llegó la luz! Bueno, espero que les haya gustado la historia —. Aquella enigmática mujer se levantó y volvió a coger el candelabro—. Y ahora los dejo, ¡mañana tengo que madrugar! ¡Que pasen buena noche!... ¡Ah! Y si observan a una joven con un precioso vestido de fiesta en medio del pasillo... ¡no se asusten!
La dueña salió de la estancia riéndose de su propio sarcasmo y las jóvenes decidieron también irse a dormir... Eso sí, ¡todas juntas en una habitación!
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