La Caja de la Muerte (parte 1)

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Esta caja adquirió esa fama, en virtud de que era y seguía siendo inviolable su apertura debido al complejo mecanismo creado por el citado científico quien, por dinero, había desafiado al mundo entero a que se atrevieran a abrirla sin emplear un método violento...

Estimados lectores, hoy les presentamos una exquisita novela corta de suspenso de la mano del escritor Jorge V. Chingotta y dividida en dos entregas muy interesantes, esperando que se relajen, se preparen un delicioso café cremoso y se sienten a leer y disfrutar éstas letras fascinantes, para entrar al mundo de La Caja de la muerte



Una sensacionalista noticia apareció en todos los medios de comunicación. Tal era, el fallecimiento del destacado científico Aristóbulo Quijera, a la edad de 87 años, creador de la famosa e indescifrable “Caja de la muerte”.

Esta caja adquirió esa fama, en virtud de que era y seguía siendo inviolable su apertura debido al complejo mecanismo creado por el citado científico quien, por dinero, había desafiado al mundo entero a que se atrevieran a abrirla sin emplear un método violento, sino usando las diversas combinaciones que podían efectuarse con el sistema de la cerradura.

Muchos de quienes aceptaron el desafío, en su mayoría también científicos, habían terminado en la ruina, al intentarlo en reiteradas veces, pese a los cálculos de posibilidades realizados.

Hubo algunos de ellos que terminaron con problemas mentales, pero otros, al perder toda su fortuna, llegaron a suicidarse. De estos últimos casos derivó a que se la denominara la “Caja de la muerte”.

Por supuesto que cada vez que se producía un desafío y no se lograba su apertura, de inmediato el Dr. Quijera, ante la vista de los presentes, procedía a abrirla en escasos segundos, moviendo unas perillas deslizantes de uno de los laterales de la caja, puesto que en ello se basaba la cerradura.

Se trata de 3 perillas que se deslizan tanto vertical como horizontalmente, cada una con un distinto circuito y como si transitaran su propio laberinto. Con que solo una de ellas no hiciera el correcto recorrido, la caja no se abriría.

Pero, además, había una sutil trampa, esto era que había un lugar en cada circuito, que si se pasaba por él no se podía volver hacia atrás con el deslizador.

Esto no necesariamente invalidaba continuar con el intento, pero le quitaba posibilidades de encontrar el camino correcto y aumentaba el riesgo de quedar atrapado, vale decir, sin poder seguir adelante ni volver hacia atrás. Era en esa circunstancia en que se daba por perdida la apuesta.

La caja fue confeccionada con madera bastante consistente y del tamaño similar a una caja de zapatos, cuya apertura se producía por el costado ancho en el que estaban las perillas deslizantes y giraba hacia el costado opuesto asida a dos bisagras.

El Dr. Quijera, a sabiendas de que muchos lo odiaban, no solo los que perdieron sus apuestas, sino por casi toda la comunidad, por la soberbia con la que se jactaba ante los derrotados y sin sentir el menor respeto o condolencia, ni siquiera por quienes se suicidaron; siempre decía que su famosa caja era y sería su venganza por los denuestos que recibía.

De hecho que al haber fallado científicos de renombre, empezaron a escasear los interesados en aceptar el desafío, no obstante, de tanto en tanto alguno aparecía pero terminaba engrosando la lista de perdedores.

Por otra parte, por la avanzada edad y dado que no tenía familiares cercanos, el Dr. Quijera, con la colaboración de su abogado Dr. Ludovico Olivares, redactó su legado, que constaba de su vivienda y varios millones de pesos, cuyo beneficiario sería quien lograra abrir la caja.

En el escrito también dejó asentado que todo quedaba en manos de su abogado, pero que la caja se conserve en custodia del Museo Nacional. Esto más que nada, para que la gente de cualquier condición social, la viera y a su vez despierte la ambición de aquellos adictos a las apuestas.

El testimonio de este legado, una vez inscripto, lo puso dentro de la caja junto con otro estuche que, según dijo el Dr. Quijera, contenía valiosas monedas de oro. Esta decisión fue realizada en un acto público, que incluso fue transmitido por Televisión. Luego se efectuó el traslado al Museo.

El tiempo que transcurrió desde esta determinación del Dr. Quijera, hasta dos años y medio antes de su muerte, hubo solo dos desafiantes que se presentaron poco después sin lograr abrirla. Esos dos intentos se realizaron en el Museo. Posteriormente y por casi dos años se fue apagando el interés por abrir la caja y prácticamente, no se habló más de ella.

Con la muerte del creador, volvió al tapete la olvidada caja, pero solo como recordación, ya que seguía sin haber desafiantes. Lo que sí aparecieron, fueron otra clase de interesados que no se dieron a conocer, dado que se trataba de dos delincuentes que se reunieron en un bar para tratar el tema. Estos individuos eran Oscar Colombo, soltero de 32 años y Matías Mesiano, separado, de 34 años.

- Y bien Oscar... ¿Cuál es el plan? –inquirió Matías.

-  El plan básicamente es como te dije por teléfono, robar la caja de la muerte del Museo Nacional.

-  Sí, ya sé... ¿pero cómo?. El museo siempre está lleno de gente que les saca fotos y, además, está la
vigilancia.

-  Eso lo sé bien Matías. Yo estuve en el Museo un par de veces. Hay mucha gente ahora por la novedad y la curiosidad por verla a raíz de la muerte de quien la creó, pero dentro de un mes no habrá demasiado público.

-  Suponiendo que logramos robarla... ¿Cómo la abrimos si no tenemos ni idea del manejo de las perillas?.

- Me extraña Matías...¡Qué perillas ni ocho cuartos!... Con un par de hachazos la partimos y sacamos el testamento.

- ¡Ahí está el problema!. Se dijo que el testamento es para quien consigue abrirla del modo normal, o sea, moviendo esos deslizadores. Si hacés lo que acabás de decir, cuando vayas a reclamar el premio, te meten en cana –le advirtió Matías...

- Tenés razón... Entonces, lo que tenemos que hacer es suplantarla por otra que sea igual. Con la original en nuestras manos, forzamos la cerradura y preparamos un cerramiento que nos sea fácil abrir. Luego volvemos a hacer el cambio y nos presentamos como desafiantes.

- Así está bien Oscar. Creo que esa es la única manera de apoderarnos del legado, pero no será fácil hacer el cambio en un museo custodiado.

- Sin embargo puede resultar posible si consigo una de esas maletas sin fondo y que tienen unos tensores que aprisionan cosas de cierto volumen, cuando se la apoya presionando sobre ellas. Esa maleta la llevamos calzada con la caja falsa y hacemos el cambiazo.

- Mirá Oscar,... veo muy complicado este asunto. No sos un mago para hacer tremendo cambio en pocos segundos.

- No es necesario ser mago, solo hay que practicarlo hasta que salga perfecto, total tenemos tiempo hasta que merme la presencia de gente. Si estás de acuerdo, desde mañana me dedico a conseguir esa maleta y después, entre los dos, armamos la caja falsa, aunque antes tenemos que ir al Museo y sacarle unas fotos, lo más cerca posible y tomar sus medidas.

- Sí Oscar, estoy de acuerdo pero hay que tener en cuenta que siempre habrá vigilancia y pueden pescarnos.

- Yo estoy seguro que pueden hacerlo, no obstante, vos me harás de pantalla. El día que decidamos hacer el cambio. Te venís con un impermeable o un guardapolvo bien amplio y mientras te lo sacás estando frente a la caja, lo extendés lentamente como para doblarlo y mantenerlo en tu brazo, todo como para cubrirme en el momento en que yo haga el cambio. Esto también los vamos a practicar en mi casa, para estar seguros de que lo haremos en un abrir y cerrar de ojos.

Esta no era la única reunión con fines de apoderarse de la caja. En un apartado lugar en las afueras de la ciudad, más precisamente en una casa quinta de un barrio privado de la localidad de Pilar, se produjo un encuentro entre cinco de los grandes científicos perdedores ante el desafío del Dr. Quijera. Se trataba de los doctores Cátulo Gascón, dueño de la citada vivienda, Abraham Bronstein, Conrado Bustos, Crispín Olazábal y Arsenio Vitela, quienes seguían muy ofendidos y con sed de venganza, por las sufridas derrotas.

Cabe destacarse que el interés por conseguir la caja, no era el legado ni mucho menos, sino que al no lograr abrirla en su momento, habían perdido el dinero, pero lo que más les dolía, era que habían perdido el prestigio y esto era lo que querían recobrar, aunque sea por medio de una trampa.

Esencialmente, los citados doctores, llegaron al mismo estilo de plan, o sea, el cambio de cajas, pero con otras diferencias y distinto fin. Ellos no pensaban en forzar la apertura de la caja, sino que querían descubrir la combinación de los deslizadores para abrirla. Se puede decir que también estaban enojados consigo mismo, por el rotundo fracaso sufrido públicamente.

El plan que estaban concibiendo y en el que se habían puesto de acuerdo, era que los cinco concurrirían al Museo para lo más lógico, tomar fotos y medidas de la caja.

En esto sí que no había diferencia con los dos delincuentes, como tampoco en el hecho de confeccionar un duplicado de ella. Lo que variaba el modo de efectuar el reemplazo.

Tanto los malhechores Oscar y Matías, como los cinco científicos, consideraron que el mejor día de la semana para ir al Museo sería el miércoles, en que suponían habría menos visitantes. Coincidentemente, ambas partes fijaron el mismo miércoles. Quienes primero ingresaron al Museo fueron Oscar y Matías y en cuanto estuvieron frente a la caja, comenzaron a tomarle fotos y a calcular las medidas y, cuando podían, lo hacían mediante una regla de cinta enrollable.

Cuando estaban por finalizar esta actividad, ingresaron los cinco científicos y algunos de ellos se sorprendieron que dos personas estuvieran sacándole fotos a la caja.

- ¿Y estos cosos quienes son?... Me parece que estaban fotografiando la caja desde muy cerca –dijo el Dr. Gascón.

- No se quienes son pero yo también los vi con las cámaras en las manos –le respondió el Dr. Bronstein.

- ¿No estarán queriendo hacer lo mismo que nosotros?... Digo, por la apariencia que tienen. En cuanto nos vieron entrar escondieron las cámaras –afirmó el Dr. Vitela.

- Disculpen doctores, pero creo que no debemos tomarlos en cuenta, porque debe haber muchos que han venido a sacar fotos, dada la trascendencia que tuvo la muerte del Dr. Quijera y su caja. Si observan bien, verán que más allá hay una mujer haciendo lo mismo –expresó el Dr. Bustos.

Mientras los científicos trataban de disimular su presencia en el lugar, cosa nada fácil porque estaban todos juntos y hablando entre ellos, los dos malvivientes también se sorprendieron de que aparecieran cinco personas juntas en esa sala y más cuando cuchicheaban con las miradas dirigidas hacia ellos.

- Escuchame Matías, No me gusta nada que ese quinteto de jovatos nos esté observando. Vámonos antes de que nos hagan preguntas, total ya tenemos las medidas y las fotos.

- Quizás son de la vigilancia secreta del Museo.

- No Matías, si lo fueran no estarían todos juntos exhibiéndose.

-Sí, tenés razón Oscar. Entonces salgamos, pero afuera los esperamos y los seguimos subrepticiamente.

- No creo que podamos. Por la vestimenta te das cuenta que esta es gente de plata y seguro que todos tienen auto o, al menos, vinieron con dos coches y nosotros andamos en patas –supuso Oscar.

- Si se van en coche, tomamos el número de las patentes, al menos de un par de ellos y mañana averiguamos en el Registro del Automotor, a quienes pertenecen.

- Está bien Matías. Vamos y nos escondemos hasta que ellos también salgan.

Antes de llegar a la puerta de salida, Oscar tuvo una corazonada.

- Espérame afuera que les hecho una rápida mirada a esa patota de viejos, tengo un extraño presentimiento –alertó y retornó a la sala, asomándose discretamente para observarlos, volviendo rápidamente junto a su compinche-.

No me equivoqué en lo que sospechaba. Estaban sacándole fotos a la caja bien de cerca y de todos los costados. Así que no queda otra que esperarlos y ver si vinieron en sus coches.

Desde luego que a esa sala también entraban otros visitantes, algunos con cámara fotográfica, pero que no causaban sospecha porque eran individuales, o parejas o gente joven, que se notaba que concurrían por curiosidad.

Después de esperar unos quince minutos, vieron que el quinteto de científicos se retiró del Museo y luego de saludarse, cada uno se fue en su propio auto. De ellos, Oscar y Matías lograron tomar el número de 3 patentes.

- Bueno Oscar, repartamos las tareas.

- Bien... Yo me encargaré de conseguir la maleta trucada y los materiales para hacer el duplicado de la caja y necesito que esta noche me pases las fotos por Internet. Por tu parte, vos andá al Registro y averiguá los nombres de los dueños de las patentes y si te los dan, también los domicilios. Lleva unos pesos por si tenés que adornar al empleado que te atiende. Yo luego te doy la mitad.

- Entendido Oscar, aunque no creo necesario pagar nada, porque iré con la excusa de que hay tres dueños que venden su auto y solo quiero saber sus nombres y domicilios, porque no alcancé a copiar esos datos del papel que estaba pegado en uno de los vidrios de la puerta de atrás.

- ¡Muy bien Matías!

Al día siguiente, con una tarea casi en paralelo, dos de los cinco científicos por un lado y el delincuente Oscar por el otro, estaban tratando de confeccionar la caja según las medidas estimadas y las fotos tomadas.

Los otros tres doctores, se distribuyeron las visitas al Museo, con el fin de observar si uno o los dos sospechosos se presentaban nuevamente en él, para sacarse las dudas que tenían sobre ellos.

Matías, el otro delincuente, estaba en el registro del Automotor, tratando de conseguir los datos de las patentes.

Finalmente obtuvo los correspondientes a dos dueños de los coches. El tercer número de patente no había sido registrado en esa oficina, por ser de una jurisdicción de la Provincia de Buenos Aires.

Seguidamente, se dirigió a esa jurisdicción y también consiguió los datos requeridos.

Con las fotos a la vista y teniendo las medidas, la confección de una copia no resultaba nada difícil, por cuanto, como se dijo, era una simple caja de madera lustrada y cuya tapa estaba fijada con un par de bisagras en uno de sus laterales. Solo había que imitar sin demasiada precisión, el costado opuesto, donde estaban las tres perillas deslizantes, que sea como fueren hechas, nadie notaría la diferencia ni recordaría la cantidad de ranuras horizontales y verticales que formaban una especie de laberinto.

Por tener más conocimiento acerca de la famosa caja y ser cinco colegas, los científicos llevaban ventaja para terminar de armar la imitación y producir el cambio.

Por su parte y reunidos en un bar, Matías puso en conocimiento de Oscar, lo descubierto en los Registros del Automotor, pero lo hizo con cierto suspenso.


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Misteriosa Realidad: La Caja de la Muerte (parte 1)
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