Una familia decide ir de vacaciones y no tenían donde dejar encargando a la abuela, lo que les sucede será terrible.
Al final, Fernando y su mujer no tuvieron más remedio que llevarse a la abuela con ellos de vacaciones. Marina había intentado que alguno de sus hermanos se hiciera cargo de la anciana durante los días que ellos veranearan en la playa, pero con vanos resultados.
Tampoco tuvieron éxito sus gestiones para concertar los servicios de un trabajador social, o bien, ser admitida de forma temporal en una residencia para ancianos donde pudieran atenderla aquella quincena. Ahora ya daba igual.
El vehículo iba cargado con las maletas, los dos niños y la abuela...
—De verdad, Fernando, que estoy convencida de que tiene que haber otro tipo mejor de vacaciones. ¡Siempre al apartamento que nos deja tu hermano! ¡Siempre al mismo sitio! ¡Qué desesperación!
—¿Me lo dices o me lo cuentas? ¡Lástima que pienses así!
Los días transcurrian sin muchas emociones: por la mañana, a la playa; al mediodia, programas deportivos; por la tarde, paseo, y al acabar el día, peliculas, aunque todo cambió a los pocos días...
La abuela comenzó a sentirse mal. Los síntomas parecían similares a los de la gripe, y convinieron que debía descansar. Cuando Marina acudió al cuarto para despertarla de la siesta, descubrió consternada, que su madre no volveria a levantarse jamás.
—¡Fernando! ¡Fernando! ¡Ven enseguida al cuarto de la abuela!...
Fernando corrió a la habitación alarmado por los gritos de Marina.
—¡Dios mío! — gritó alarmado.
Allí descubrió a la pobre anciana pálida y fría como el mármol mientras Marina lloraba aterrorizada.
—¿Qué ha ocurrido? ¡Tenemos que llamar a una ambulancia! —
Fernando no sabía muy bien cómo reaccionar.
—¿Y para qué quieres una ambulancia? — le preguntó Marina indignada. ¡Ya no podemos hacer nada! ¡Mi pobre madre está muerta! Tenemos que intentar solucionar su traslado.
—¿Su traslado? —¡Sssshhhh!, ¡baja la voz! No quiero que se enteren los niños. Debemos ser sensatos y mantener la cabeza fría, Fernando.
Por mucho que me duela, llamar en este pueblo a un coche funerario y que la trasladen a la ciudad nos puede salir por un ojo de la cara y ahora no tenemos casi ni para pagar el próximo curso de los niños, ¡Ay, Dios mío, mi pobre madre!
—¿Y si la acomodamos en el asiento de atrás y les decimos a los niños que está durmiendo? — Fernando intentaba encontrar una solución.
—¡Tú estás loco! Imagina que se enteran... Padecerían un trauma para toda la Vida.
—¡Pues algo hay que hacer, Marina! ¿Y si la envolvemos en mantas y la acomodamos en la parte superior del coche sujetada con las rieles? Les diremos a los niños que la abuela se ha quedado unos días más con unas amigas y que nosotros nos tenemos que marchar por alguna razón de mi trabajo.
—¿Y si los niños nos preguntan por el "bulto" encima del coche?
—¡Pues decimos que es una alfombra que hemos comprado!
Finalmente, se decidieron por esta última opción. Dos horas más tarde el equipaje estaba cargado en el maletero, y la abuela, bien envuelta con mantas y sujeta sobre el techo del coche. De momento, los niños no parecían extrañados. Todo trascurría con normalidad. Pasados unos kilómetros, decidieron parar a descansar.
—¡Venga, chicos! ¡Vamos a buscar una gasolinera y así comemos algo! ¡Seguro que están hambrientos!
La familia se dispuso a cenar en una cafetería aledaña a la gasolinera. Bueno, lo de cenar se quedó para los niños, porque Fernando y Marina tenían el estómago comprimido por todo lo acontecido hasta ese momento y la angustia. Lo único que les aceptó el cuerpo fue una infusión.
De regreso al Vehículo, recibieron una sorpresa tremenda.
—¡Mira, papá! Nos han robado el equipaje que tenías en el techo.
El matrimonio no salía de su asombro: ¡la abuela habia desaparecido! Avergonzados, inquietos y aterrados, no les quedó más remedio que notificar el suceso a la policía, y confesar de esta manera toda la verdad a los agentes.
Fernando, Marina y sus dos hijos siguen visitando todas las semanas al psicoterapeuta para intentar superar el trauma que les quedó de aquellas movidas vacaciones con la abuela.
Cada día siguen encendiendo una vela en memoria de la abuela desaparecida. Han trascurrido doce semanas y aún no hay noticias de ella.
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