Esta historia, se desarrolla a finales de la Segunda Guerra Mundial en Francia, luego de que Alemania perdió la batalla de Normandía y comenzaba a replegarse, la guerra había dejado al país francés en la más absoluta miseria, luego de que sus campos de cultivo se destruyeran o sus animales de campo perecieran.
Hay muchas personas de buena voluntad y buen corazón que se acercan a ayudar a otras personas que, por alguna razón lo necesitan aparentemente con mucho apremio; sin embargo, en los últimos años se han registrado noticias en los que esta gente es robada, secuestrada e incluso asesinada por aquellos a quienes intentaban ayudar.
Esta historia, se desarrolla a finales de la Segunda Guerra Mundial en Francia, luego de que Alemania perdió la batalla de Normandía y comenzaba a replegarse, la guerra había dejado al país francés en la más absoluta miseria, luego de que sus campos de cultivo se destruyeran o sus animales de campo perecieran.
Había una chica llamada Monique, que en esta crisis de hambruna optó por prestar sus servicios con soldados para obtener comida o monedas para comprarla. Con la derrota francesa había sido un poco difícil conseguir clientes, pero ahora con la caída alemana lo era aún más. Los hombres preferían comer que estar con ella.
Un día, Monique fue a la plaza donde se ponían los puestos de comida para ver si de alguna forma conseguía algo. Al pasar por una carnicería, hubo una revuelta entre los clientes y entre empujones y golpes, Monique consiguió sacar de la turbulencia a un hombre anciano que por un golpe había sido herido en la cadera y en consecuencia cayó al suelo.
—¿Se encuentra bien señor?— Le preguntó Monique mientras le ayudaba a levantarse.
—¡Muchas gracias por la ayuda, solo me lastime la cadera!— contestó el anciano, que traía un curioso paquete en las manos.
—No debería acercarse tanto a los puestos— dijo Monique. —Las personas se vuelven como animales cuando tienen hambre—
—Pero si no me hubiera acercado no tendría esto— le explicó el anciano levantando el paquete, que hasta ese momento se dio cuenta de que era de carne. Monique no pudo evitar mostrar su asombro pues tenía varios días sin comer.
—¿Cómo te llamas jovencita?— Preguntó el anciano colocando de pronto una mirada maquiavélica y una sonrisa macabra.
—Monique— dijo sin dejar de ver el paquete.
—Hagamos un trato Monique— hizo una pausa. —Lleva este paquete a con mis hijos, que viven por aquí cerca y te prometo darte un filete de carne para ti sola. Al fin y al cabo un favor se paga con otro y ahora no puedo con este dolor de cadera.—
Monique se quedó asombrada por la recompensa que tendría por una ayuda altruista, y como no vio inconveniente aceptó amablemente tomando entre sus manos el paquete de carne…
—También…— agregó el anciano —ya que vas con ellos por favor lleva esta nota—
Agarró un pedazo de papel y una pluma y escribió algo rápido y corto y se lo entregó en sus manos.
—Es importante que se lo entregues si no, no va a creer que te regalaré ese filete, ¿está claro?—
Monique asintió con la cabeza y se dirigió a la dirección que el anciano le había dicho, al pasar por los puestos se topó casualmente con la mirada del carnicero, quien le regresó el gesto y le regaló una sonrisa perversa y en sus ojos había un halo de maldad que le erizó la piel. En ese momento sintió una corazonada de que no debía entregar el paquete, más Monique era una chica de buen corazón y no podía engañar al anciano.
Así pues, atravesó la plaza y luego una calle hasta llegar a donde el anciano le dijo que vivían sus hijos, a cada paso que daba su intuición le decía que no entregara el paquete, que algo andaba mal. El lugar era una puerta en un callejón sin salida, oscuro y sucio que le dio muy mala impresión. Miró hacia atrás y el anciano ya no estaba, ni siquiera iba detrás de ella a unos pasos. Esto le provocó aún más un sentimiento de duda.
Por ahí pasaba un niño. Un desafortunado niño al que Monique le dio una moneda a cambio de que entregara el paquete. Éste inocentemente aceptó y al tocar a la puerta y decir de parte de quién venía, un hombre le tomó de la muñeca y le empujó hacia adentro. Luego se escucharon unos gritos y después nada. Horrorizada Monique, quien había visto todo desde lejos, dio aviso a unos soldados que estaban cerca.
—¡Ayúdenme por favor!— les suplicó —¡Han secuestrado a un niño!— Los soldados se apresuraron a la dirección que les indicó Monique, los hombres dentro de la casa al escuchar que los soldados querían entrar, construyeron una pequeña fortaleza con unos muebles para que retrasaran su entrada.
Por la ventana salió un hombre que luego subió por los tejados, Monique les avisó a los soldados quienes apenas habían entrado a la casa. Uno de ellos trató de dispararle pero falló, luego salió otro a quien si acertaron una bala al corazón y cayó muerto al instante. Era el mismo quien había abierto la puerta al niño.
Los soldados se horrorizaron de la escena que presenciaron: el niño colgaba de los pies de un gancho, desangrándose degollado y en lo que parecía una plancha, huesos, carne, cuchillos, etc. Había manos, pies y demás partes humanas. Fue tal la impresión de estos hombres que no pudieron ver tal masacre sin vomitar.
Monique al ver al hombre muerto observó que en su bolsillo aparecía la nota que el anciano había enviado, se atrevió a leerlo y decía:
“Esta es la última que os envío hoy, las ventas van mejor que nunca!”
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