El caso de Adeline, sucedida en París, a finales del siglo XIX, una época dorada del espiritismo.
Alguna vez te has preguntado cual es la fobia mas terrorífica de toda la historia de la humanidad que haya quedado registrada?, Veamos un poco de cada una de las fobias mas terroríficas que han existido y luego un caso increíble que sucedió en París, a finales del siglo XIX, para que puedas sacar tus propias conclusiones.
1.- Pantofobia (el miedo a todo). Esta es, sin duda, la reina de las fobias en cuanto a horror psicológico.
El término viene del griego pan (todo) y phobos (miedo).
La persona que la sufre teme literalmente todo: salir, dormir, pensar, sentir, incluso la ausencia del miedo. Es una ansiedad perpetua. El término aparece en textos del siglo XIX, usado por médicos como Benjamin Rush (uno de los primeros psiquiatras estadounidenses). Se la consideraba un “terror generalizado sin causa aparente”. Algunos pacientes relataban sentir que el universo mismo era hostil. Es el equivalente psicológico al infierno de Dante. No hay escapatoria ni descanso, porque todo es motivo de pánico.
“Temer a todo es vivir en la sombra del miedo absoluto”, escribió un médico francés en 1883 describiendo un caso de pantofobia en París.
2.- Fobofobia (el miedo a tener miedo). Sí, existe. Es el miedo al miedo mismo.
Imagina que sabes que en cualquier momento puedes sentir miedo… y eso ya te da miedo.
Un círculo sin salida, como mirar tu reflejo en un espejo infinito. Aparece en tratados de psicología del siglo XX, especialmente en los estudios de ansiedad generalizada. Es devastadora porque no depende de un estímulo externo. Es un auto-infierno. Quien la padece puede entrar en pánico solo por anticipar que podría tener una reacción de pánico.
3.- Thanatofobia (miedo a la muerte o al propio final). Probablemente la fobia más universal. Desde las tablillas sumerias hasta los tratados de Freud, el miedo a morir ha sido constante.
El filósofo Epicuro intentó destruirla diciendo:
“Mientras existimos, la muerte no está; cuando la muerte está, nosotros no somos.”
Pero el cerebro humano no se deja convencer tan fácilmente. Aparece desde la antigüedad: los egipcios la expresaban en sus rituales de momificación; los griegos en sus mitos de descenso al Hades. Es una fobia común porque el ser humano es el único ser que sabe que morirá. Y esa consciencia genera vértigo.
4.- Cosmofobia (miedo al universo, al espacio infinito). Una fobia extraña, pero poéticamente aterradora.
Es el temor al cielo estrellado, a la vastedad cósmica, al infinito mismo.
Imagina mirar el firmamento y sentir que el vacío te absorbe. No es tan antigua, pues aparece descrita recién en el siglo XX, probablemente con la popularización de la astronomía moderna. Representa el miedo existencial a nuestra insignificancia. Pascal lo resumió en su frase inmortal:
“El silencio eterno de esos espacios infinitos me aterra.”
5.- Ablutofobia (miedo a bañarse o limpiarse). Aunque suene curiosa, históricamente ha causado aislamiento extremo.
Se registraron casos en la Inglaterra victoriana y en registros médicos del siglo XIX.
En algunos casos se asocia a traumas de abuso o a desórdenes psicóticos.
Un poco de historia. El caso de Adeline.
Su fobia era la Eisoptrofobia que es el miedo patológico a los espejos o al propio reflejo. Este caso fue registrado en París en el año de 1892 en los archivos del Hospital Sainte-Anne, recopilados por el doctor Jules Cotard (el mismo del famoso “síndrome del cadáver ambulante”).
La historia comienza en París, a finales del siglo XIX, una época dorada del espiritismo, las ciencias ocultas y los primeros pasos de la psiquiatría moderna.
En ese escenario, una mujer llamada Adeline C., de unos treinta y pocos años, fue internada por sufrir ataques de pánico cada vez que veía su reflejo, incluso fugazmente, en una ventana o una superficie pulida.
Sus familiares relataban que había sido una joven tranquila y alegre, pero tras la muerte de su madre comenzó a obsesionarse con la idea de que su alma podía separarse de su cuerpo. Un día, mientras se miraba al espejo, creyó que su reflejo la miraba con odio propio.
Al principio evitaba los espejos. Luego mandó cubrirlos con telas negras.
Después, comenzó a temer también el reflejo del agua, de los vidrios y de los ojos de otras personas (“porque también reflejan”, decía).
La fobia escaló hasta lo indecible: Adeline se negaba a comer, a hablar o a dormir si había luz que pudiera generar algún reflejo.
Cuando el doctor Cotard la examinó, ella le dijo algo que quedó registrado en su cuaderno:
“No temo mi imagen.
Temo que ella tome mi lugar.”
Era la perfecta síntesis entre locura y poesía: el miedo a desaparecer dentro del propio reflejo, como si el alma pudiera ser robada por el cristal.
Cotard describió el caso como una combinación de eisoptrofobia y síndrome de negación corporal, una antesala de lo que hoy llamaríamos delirio nihilista: la creencia de que uno está muerto o no existe realmente.
De hecho, Adeline acabaría desarrollando la convicción de que ya había muerto, convirtiéndose así en uno de los primeros casos del llamado “síndrome de Cotard”.
El registro médico se interrumpe de forma abrupta:
un asistente del hospital anotó meses después que Adeline “se dejó morir de inanición, sin permitir que nadie la tocara, ni la mirara”.
Murió en una habitación sin espejos, con las ventanas cubiertas de mantas oscuras.
De todas las fobias registradas, la eisoptrofobia de Adeline se destaca porque es la más metafísica.
No teme a una araña, ni a la oscuridad, ni al vacío.
Teme a su propia existencia reflejada: teme al ser que podría reemplazarla, teme ser copia de sí misma.
En términos filosóficos, temía a su propia conciencia.
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